Necesito un refugio
Un lugar en el alma
Que me quite mis penas
Y devuelva la calma.
Samantha, 16/XII/2011
En la ciudad las burbujas se acaban haciendo enormes. Me refiero a ese espacio vital, personal, con el intento de ser intocable… pero cuando alguien se acerca, cuando alguien intenta ensuciarte con sus garras, deja de ser impenetrable. También sucede a veces, con el amor, que alguien inserta su gota de pasión dentro de nuestras bombas de aire. Y parece que nos abrimos. ¿De verdad nos abrimos?
─¿Qué piensas?
─Nada especial. ─Las imágenes mentales de Samantha le recorrían todo el cerebro, íntegramente, parte por parte.
─¿De verdad? Dímelo, puedes confiar en mí.
─No, en serio, tengo la mente en blanco. ─Y las palabras mudas de Samantha le agobiaban en su mente. Confiaba en Jairo, sí, ella creía que sí, pero él nunca llegó a saber qué le atormentaba a su amante.
¿De verdad nos abrimos? ¿Nos abrimos cuando tomamos una cerveza, tranquilamente en una terraza de un bar con nuestros compañeros más cercanos? ¡No, siempre no! A veces incluso le explicamos más a un desconocido o al que nos sujeta borrachos en la barra de un bar.
─Si te agobio dímelo, es que he bebido demasiado y estoy pesado.
─No, no, no te preocupes. ─Todos sabemos que mentimos. ¿Por qué nos dará apuro decirle a alguien que se calle? ¿Nos da miedo? Seguro que él que nos explica sus batallas no nos escucharía si fuese al revés.
¿De verdad nos abrimos? ¿Pero a quién nos abrimos? En la ciudad, la burbuja se hace tan grande… Si alguien nos mira por la calle nos parece extraño, pero nosotros lo hacemos constantemente. Disimulando, sí, pero miramos a las personas. Y no es de extrañar, es bastante lógico: somos humanos, por ende, curiosos y cuando vemos a alguien que nos gusta o que es horriblemente feo le miramos, o si alguien parece diferente también. ¿Qué sentido tiene no mirarse? No miramos lo que nos parece indiferente.
─No señales, que está mal. ─Le decía la madre al niño.
Y el crío seguía señalando.
─No señales ─Le decía ya la hermana.
─¿Por qué?
─Está mal.
─¿Y por qué?
─No señales y punto. (No sé siquiera el porqué).
Quizás es mejor no sacar la mirada de los escaparates para ver durante el trayecto entero lo hermosos que somos. ¿De verdad somos tan guapos? No me imagino otro animal prestando atención al reflejo de algo para creerse bonito. No nos vayamos tan lejos: ¿Cómo reacciona un niño la primera vez que se reconoce al espejo?
Sí, nuestras burbujas, nuestras corazas se engrandecen en la ciudad y nuestros corazones se empequeñecen día tras día, como los sentimientos que se esconden dentro de estos. Claro, ahora el corazón sólo bombea, ya no palpita de amor: nuestro cerebro lo hace por él. Es de esperar, el corazón no es gris como la ciudad.
─¿Por qué los edificios son de colores y la carretera es gris? ¿De qué color es el cemento?
─Es gris, Samantha.
─Ah, por eso la ciudad es tan tristemente grisácea. ¿Y no podrían pintar el suelo, igual que los edificios? Aunque claro, relacionar el gris con la tristeza debe ser algo cultural, que no innato…
ese lugar del alma eres tu.
ResponderEliminarFeliz Navidad
¿conoces el coaching?
pacobailacoach.blogspot.com
espero que d'aquí al 2011 segueixi veient algun color que altre encara que sigui amb esforç com ara.
ResponderEliminarun senyoras text, si si :)
Em trec el barret. és un text super àgil i amb ritme, no se'm fa pesat ni repetitiu, però, alhora, diu moltes coses i fa pensar!
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