Un edificio grisáceo más a las afueras de la ciudad, una sola puerta blindada con el nombre de la empresa y un sólo botón en una chapa microperforada. Un par de minutos antes la décima confirmación a la cita por su parte, no hay elección.
Un hombre alto de pelo corto espera trajeado en el centro de la gran sala nada más abrir la puerta y, sin responder al saludo, agrede verbalmente:
-- “B. Arizmendia, supongo.”-- con la mirada perdida por encima de su cabeza.
Acto seguido abandona la sala sin que sepa siquiera si escuchó su respuesta y apenas con un “espere aquí” cerrando tras de si la puerta por la que sale.
En la habitación no hay más que una silla, colocada como por azar en un punto de la misma, es él, el que la coloca enfrentada a la puerta por la que se fue el hombre parco en palabras. Como también es él el que cierra la puerta, todavía abierta por la que entró justo antes de sentarse.
Tras una hora y cuarto esperando en una sala vacía iluminada por apenas un par de tragaluces, sin ni siquiera cuarto de baño, podría pedirle que se sacara un ojo con la estilográfica, que no ha movido ni una sola vez de su mano derecha. Uno cualquiera o el que considerara mejor ceder a la empresa, y él pensaría detenidamente cual, antes de hacerlo, por supuesto.
Sabe que hay una diferencia entre el azul de mi corbata y el de mis zapatos. Podría preguntarle exactamente cuanto tiempo ha pasado desde que entró sin temor a que errara.
Es un metrónomo. Definitivamente no me interesa.
Aquest text és la primera col·laboració que hem rebut, gràcies! L'autor és CARLOS NAVARRO
Gracias y felicidades por la revista.
ResponderEliminar