El verde hospital de las tres paredes que alcanzaban a ver mis ojos no parecía serenar lo suficiente a mis sentidos mientras esperaba impaciente en una pequeña habitación a desprenderme de una de las piezas de más renombre de la madurez.
Estuve unos cuatro minutos solo: tiempo suficiente para hacer un análisis exhaustivo del lugar. Observé con detenimiento la gran cantidad de herramientas y utensilios que no me atreví a tocar, pese a que llamaban mi atención (obvié que tuvieran que utilizarlos todos conmigo); el olfato captó olores prácticamente neutros y mi piel auguraba plácidamente una temperatura adecuada, dictada por un ventilador que runruneaba creando un monótono sonido entre canción y canción de un tenue hilo musical. Run-run. Run-run.
El techo era blanco y vestía alguna irrisoria grieta.
Entró la doctora y otra persona, pero no me giré. Seguía sentado e inmóvil en esa especie de silla pero a la vez tumbona, pues con pulsar un botón tomaba la posición oportuna. Unas breves, cordiales y tímidas frases irrumpían el tema musical del verano, que chirriaba constantemente en las sintonías más escuchadas.
En pocos segundos me vi tumbado, acotando mi punto de vista a una sola pared (el techo blanco) y no pude evitar volver a ver las grietas. Y a seguirlas de principio a fin, creando un recorrido uniforme y aleatorio como si de un río se tratase, con sus afluentes y estuarios.
Abrí ‘muy grande’ la boca (traducción del catalán -molt gran- que desconozco, pues debe de ser parte de la jerga y lenguaje técnico de la profesión de los de aquí). Con un bártulo alargado que disponía de un espejo redondo en el final, inspeccionó todas las piezas e iba dictando en qué estado estaban, aunque lo curioso es que no las nombraba por los nombres que desde pequeño me habían enseñado (incisivos, caninos, molares y premolares), sino que utilizaba números según la nomenclatura universal (del 1 al 32, de derecha a izquierda partiendo de la arcada superior para la dentición permanente y de la ‘A’ a la ‘T’ para la dentición temporal). La auxiliar, tomaba nota sin abrir boca. Yo sólo podía ver los ojos azules de la doctora, escondidos bajo el cristal de sus gafas de montura blanca. Sentía su respiración, quizás porque yo inspiraba y espiraba retraído. Me mandó cerrar la boca y se lo agradecí con un gesto humilde. Es increíble que un movimiento tan sencillo como el de abrir la boca pueda convertirse en tu peor adversario. Y eso sólo parecía ser el calentamiento.
Con una aguja de un tamaño que no pude ver me inyectó, después de haber abierto de nuevo la boca y sazonármela con un spray, una sustancia que sabía a veneno y que en escasos minutos hizo que parte de la lengua y del moflete dejaran de formar parte de mi cuerpo. Eso sí, en el momento del pinchazo noté sensaciones tan rápidas como recónditas, percibía la entrada de esa pócima secreta mientras ella apretaba con el pulgar en el extremo opuesto del aplicador de la aguja.
Me sentía como un estúpido muñeco de plástico con la boca abierta. Después de varios minutos de enjuagues y conversaciones rutinarias empezó con la extracción, algo engorrosa por mantener tanto rato la boca abierta pero a la vez poco dolorosa.
Yo me mantuve inmóvil mirando el techo, que seguía inerte ante el sonido de los aparatos de la doctora. En ocasiones miraba la luz que tenía justo en frente de los ojos y que perturbaba incansablemente a mis pupilas pero que a la vez, dejaba entrever los movimientos de los pequeños dedos enfundados de blanco de la dentista dentro del agujero. Estaba cansado. Quería cerrar la boca.
“Aquí está”, dijo exaltada. Más lo estaba yo.
2.3.09
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en la segunda lectura me ha gustado más la introducción misteriosa y el final me ha roto, me he frenado en seco jeje
ResponderEliminarlo bueno se ha hecho esperar, eh? ahora dale un poco de ritmo al projecte conjunt plz!
Estic bastant d'acord, el principi está molt bé, a més el fet d'entrar en detalls tant específics fa que realment sembli real... en algun moment crec, fins i tot, que és possible que l'escribissis després de passar pel dentista!
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