25.4.09

Agua.

No era la madre que utilizaba la foto de sus hijos como marca páginas, aunque su edad se lo hubiera permitido, ni le importó que la sangre le calara dando fuerzas al viejo sobre el mar. No lo era.

No estaba afincada en la rutina como parapeto, que permite la intimidad en un lugar tan público, lo que la decantaba sobre el total de las incoherencias que llenaban el vagón. No lo estaba.

No miró a nadie de delante en busca de preguntas después de retozar con el sabor del tercer mundo, ni sintió ningún aullido, exhalado ni asmático; tampoco hubiera cambiado las cosas. No los miró.

No se inmutó mientras levantaba el suelo con sus ojos hacia arriba, hacia adentro y hasta ninguna parte, ni se molestó en devolverle la sangre de entre sus labios porque ahora era suya, como cada una de sus lágrimas. No lo hizo.

No recogió las cajas de cds que quedaron esparcidas por el suelo como turcos sin cabeza, ni ninguna de las balas de cinco y diez euros de la alfombra roja ante sus pies. No lo hizo.

No respondió al maquinista que le preguntaba, ya casi a la sombra, mientras corría, ni le miró ofreciéndole una lima, ni le hizo levantar la mano derecha, ni sintió su aliento presionando sobre lo que quedaba de cuerpo. No lo hizo.

No.
No lo hizo.

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