Estaban en una de esas playas vírgenes en las que la suave brisa deja perplejos a tus sentidos, allí donde los peces nadan y juegan despreocupados entre las olas cristalinas que después de navegar durante lustros por la inmensidad del océano desembocan en un magnánimo sístole y diástole universal, refrescando por azar o por suerte a diminutos granitos de arena blanca y pura.
El era un jovencísimo chico con acento irlandés, había pasado la mayor parte de su vida en Dublín pese a que era originaria de otra gran isla, Australia. No era de extrañar pero, que emigrara al cumplir su mayoría de edad a un lugar donde las prohibiciones y tabúes se escriben en letras minúsculas, así, El siendo Julieta decidió ir al encuentro de su Romeo y dar un vuelco a su vida, haciendo realidad sus sentimientos. No se preocupaba nunca por lo que pudieran pensar los demás, porque ni siquiera lo conocían. Buscaba el placer, su propia satisfacción sin tropezar con recelos ni malversaciones mundanas. Estando en un atardecer de miércoles, tumbado, inhalando y saboreando la grandeza de la soledad en la orilla de la playa conoció a Tu, un hombre de aquí y de allá, un hombre de mundo. A su avanzada edad reconocía libremente ya desde hace muchos años su diversidad y aflicción por los dos sexos, menospreciaba insultos y hechos bizantinos, le gustaba tanto el mar como la montaña. Prácticamente no hablaron. Gestos insípidos, miradas frágiles y caricias gratuitas consumaron en placer detrás de unos matorrales. Aquella playa no era un lugar donde se practicaba el cruising, ni siquiera por aquél entonces se había inventado dicho término. Se daban y recibían tras los matorrales sin otra preocupación. Tu y El descubrieron algo nuevo, los inventores de la libertad, del desenfreno y de la exaltación en un lugar público.
Yo era una canaria de sangre ardiente y familia adinerada. Pasaron multitud de chicos por su cama, hombres que interesadamente ansiaban despertarse a su lado en cada amanecer. Sábanas sudadas de placer, orgasmos increíbles, cuerpos y músculos perfectos... Pero Yo no se conformaba con eso, quería partir y comenzar experiencias nuevas, huir de la cotidianidad y aburrimiento de Santa Cruz deTenerife, de cruzarse con las mismas caras a diario, de ser querida e incluso amada por los billetes que salían y entraban de su pequeño bolso. Y fue aquí, en la cala del Cap des Moro, siendo una turista más, donde días más tarde de su llegada a la isla conoció dejando a un lado dudas y sin miedo a Tu. Pronto le presentó a El y se hicieron más que amigos. La relación de Yo, Tu y El parecía funcionar, se llevaban bien en la cama y compaginaban las tareas del hogar, un pequeño apartamento en la Colònia de Sant Jordi.
Un día Tu pensó en Yo y le hizo saber su deseo. Su atrevido pensamiento era el de deshacerse de El y empezar de nuevo.
A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol se atrevieron a sobrepasar la persiana de la habitación, amaneció El en su cama con menos pelo, mirada perdida, varios arañazos en el abdomen y dos balazos en el hombro izquierdo. Y sangre esparcida por las sábanas, por el suelo, por su cuerpo...
Yo y Tu cogieron sus pocas pertenencias y se marcharon a otro lugar, cada uno por su camino.
La arena de cala del sudeste de la isla quedó desierta, esperando la multitud de bañistas del verano. Aquella bonita primavera ya se había acabado para todos.
2.9.09
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