- ¿Sueñas?
- Yo no creo en los sueños, papá.
Tras ese diálogo, decidió apagar el televisor e irse a dormir porque no "hechaban" nada interesante. Acabó rápidamente el cigarrillo, que desprendía gran cantidad de humo grisáceo. De un lado a otro, de espaldas, boca arriba,... no conseguía dormirse.
Un tiempo más tarde, tras cerrar los ojos, se vio durmiendo entre unas sábanas suaves y con un olor especial que despertó a sus sentidos. Abrió tímidamente los ojos y percibió que se encontraba en una habitación diminuta y sólo iluminada con una ténue luz. Sus piernas se salían, no obstante, de la cama porque ésta era muy pequeña, como si fuera de un niño pequeño. En la habitación contigua había alguien. Ronquidos interminables que le eran familiares. Salió como pudo de aquella cama que parecía una cuna y descubrió con sus propios ojos que semejantes sonidos eran de su abuelo. Tal y como los recordaba, con el mismo ritmo que los hacía cuando él era pequeño.
De golpe se despertó algo confuso y volvía a estar tumbado en su cama. Decidió no pensar, no hablar. Y volvió a dormirse, sin más.
No más de tres minutos más tarde unos gritos le volvieron a despertar de nuevo. La luz estaba encendida y una chica joven y rubia estaba encima suyo. ¡Era Michelle, su primera novia! En su habitación púrpura, consumando su imberbe y frágil amor. ¿Quién no recuerda su primera vez? Es una hipocresía recordarlo afablemente, pues vendrán más y mejores. Pero ahí estaba ella sonriendo cariñosamente y acurrucada en sus brazos tras el rápido trajín.
De golpe, Michelle ya no estaba allí. Así que decidió levantarse e ir al baño y se miró en el espejo de su diminuto lavabo, algo sudoroso y exaltado. Y agotado. Volvió a tumbarse en la cama, con los brazos cruzados, sujetando su cabeza y pensando en todo lo ocurrido. Por hoy no quería más historias inverosímiles.
A la mañana siguiente, entre legañas y sin dar crédito a lo sucedido, volvió a adentrarse en los pasillos del metro, como cada mañana. De todas maneras fue un día especial, recordándola a ella y pensando en su querido abuelo, en su mejor maestro.
La noche siguiente fue también dura, se vió tumbado, mientras dormía, en una cama que fue piedra en algún tiempo, con la cabeza rapada y un rifle bajo el brazo derecho. Era la litera donde había pasado ocho largos meses de su vida haciendo el servicio militar. Habían más de cuarenta literas y todos dormían. Todos menos Tomás Paricio, su compañero de litera, un pajillero algo enfermizo que no soportaba estar lejos de su novia. De repente, un destello de luz invadió la sala y se despertó, inmóvil, al lado de su mujer. Había cambiado el rifle por su señora.
- Llevas dos noches muy malas, ¿sueñas?
- No, son sólo recuerdos del pasado.
Tras esa conversación, cerró los ojos y al abrirlos de nuevo se encontró en un lugar oscuro y con un intenso olor floral que invadía sus fosas nasales. La corbata le impedía respirar y yacía en una estrecha cama con sábanas blancas. El techo estaba tan cerca que podía ver que estaba acolchado y algo arrugado. Era un ataúd. Su ataúd. Todo se acabó en ese abrir y cerrar de ojos... no eran sólo recuerdos del pasado porque él ya no estaba allí. Descansó en paz.
Intenta estar siempre a la expectativa en tus vivencias porque la próxima vez que puedas vivirlas quizás sea demasiado tarde.
18.9.09
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