Se encontraba en un mundo hostil, deprimido y repleto de dinero a la merced de algunos, esperando vivir un sueño firmando un papel. La crisis económica, junto a ciertos acontecimientos históricos, como pandemias venidas de centro américa hacían de aquella época unos años difíciles para todos. Los bolsillos ya no tenían agujeros, pues los modistas solventaban el tenerse que comprar unos pantalones nuevos en el outlet del centro comercial. Las monedas ya no quedaban abandonadas o perdidas en el suelo, yacían bajo almohadas de pluma de ganso.
Algunos se caían del caballo varias veces, pero lograban levantarse para seguir adelante, lamentablemente con su incertidumbre laboral y su nada cotidiano. Miedo, mucho miedo.
Las entrevistas laborales eran conjuntas, a modo de terapia de grupo. Ya no existía la felicidad y peor aún: ya nadie la buscaba, se ceñían a proteger a los suyos hasta saciarse, conviritiéndose en un robot con sentimientos. Y la vida continuaba.
Los pájaros, las tortugas, las ranas, los caballos, los peces desapercibían dichas alteraciones económicas, los árboles incinerados llenaban hectáreas de bosques oscuros y los que aún eran verdes ejercían como podían su labor "a todo trapo", mientras algunos pensábamos que reciclar en el nuevo contáiner ecológico de la esquina iba a salvarnos. Pasado tras presente y el futuro al frente.
Los ayuntamientos utilizaban a la clase obrera para aparentar porcentajes, dejando bonitas las calles y avenidas para hacer más agradable nuestra nada cotidiana. Las guerras continuaban en ciertas partes del mundo por orgullo. Las canas ya no se teñían, eran sexys. La gente se levantaba tarde por culpa del programa de la noche anterior. Internet nos hacía más sabios y a la vez, más callados, más nuestros.
Y ahí estaba él, que no era más que un trozo de metal troquelado con letras en caja alta con una simpática comic sans en un restaurante de no menos de 70 euros el cubierto. Y cada día tenía más trabajo...
26.9.09
18.9.09
Epitafios
- ¿Sueñas?
- Yo no creo en los sueños, papá.
Tras ese diálogo, decidió apagar el televisor e irse a dormir porque no "hechaban" nada interesante. Acabó rápidamente el cigarrillo, que desprendía gran cantidad de humo grisáceo. De un lado a otro, de espaldas, boca arriba,... no conseguía dormirse.
Un tiempo más tarde, tras cerrar los ojos, se vio durmiendo entre unas sábanas suaves y con un olor especial que despertó a sus sentidos. Abrió tímidamente los ojos y percibió que se encontraba en una habitación diminuta y sólo iluminada con una ténue luz. Sus piernas se salían, no obstante, de la cama porque ésta era muy pequeña, como si fuera de un niño pequeño. En la habitación contigua había alguien. Ronquidos interminables que le eran familiares. Salió como pudo de aquella cama que parecía una cuna y descubrió con sus propios ojos que semejantes sonidos eran de su abuelo. Tal y como los recordaba, con el mismo ritmo que los hacía cuando él era pequeño.
De golpe se despertó algo confuso y volvía a estar tumbado en su cama. Decidió no pensar, no hablar. Y volvió a dormirse, sin más.
No más de tres minutos más tarde unos gritos le volvieron a despertar de nuevo. La luz estaba encendida y una chica joven y rubia estaba encima suyo. ¡Era Michelle, su primera novia! En su habitación púrpura, consumando su imberbe y frágil amor. ¿Quién no recuerda su primera vez? Es una hipocresía recordarlo afablemente, pues vendrán más y mejores. Pero ahí estaba ella sonriendo cariñosamente y acurrucada en sus brazos tras el rápido trajín.
De golpe, Michelle ya no estaba allí. Así que decidió levantarse e ir al baño y se miró en el espejo de su diminuto lavabo, algo sudoroso y exaltado. Y agotado. Volvió a tumbarse en la cama, con los brazos cruzados, sujetando su cabeza y pensando en todo lo ocurrido. Por hoy no quería más historias inverosímiles.
A la mañana siguiente, entre legañas y sin dar crédito a lo sucedido, volvió a adentrarse en los pasillos del metro, como cada mañana. De todas maneras fue un día especial, recordándola a ella y pensando en su querido abuelo, en su mejor maestro.
La noche siguiente fue también dura, se vió tumbado, mientras dormía, en una cama que fue piedra en algún tiempo, con la cabeza rapada y un rifle bajo el brazo derecho. Era la litera donde había pasado ocho largos meses de su vida haciendo el servicio militar. Habían más de cuarenta literas y todos dormían. Todos menos Tomás Paricio, su compañero de litera, un pajillero algo enfermizo que no soportaba estar lejos de su novia. De repente, un destello de luz invadió la sala y se despertó, inmóvil, al lado de su mujer. Había cambiado el rifle por su señora.
- Llevas dos noches muy malas, ¿sueñas?
- No, son sólo recuerdos del pasado.
Tras esa conversación, cerró los ojos y al abrirlos de nuevo se encontró en un lugar oscuro y con un intenso olor floral que invadía sus fosas nasales. La corbata le impedía respirar y yacía en una estrecha cama con sábanas blancas. El techo estaba tan cerca que podía ver que estaba acolchado y algo arrugado. Era un ataúd. Su ataúd. Todo se acabó en ese abrir y cerrar de ojos... no eran sólo recuerdos del pasado porque él ya no estaba allí. Descansó en paz.
Intenta estar siempre a la expectativa en tus vivencias porque la próxima vez que puedas vivirlas quizás sea demasiado tarde.
- Yo no creo en los sueños, papá.
Tras ese diálogo, decidió apagar el televisor e irse a dormir porque no "hechaban" nada interesante. Acabó rápidamente el cigarrillo, que desprendía gran cantidad de humo grisáceo. De un lado a otro, de espaldas, boca arriba,... no conseguía dormirse.
Un tiempo más tarde, tras cerrar los ojos, se vio durmiendo entre unas sábanas suaves y con un olor especial que despertó a sus sentidos. Abrió tímidamente los ojos y percibió que se encontraba en una habitación diminuta y sólo iluminada con una ténue luz. Sus piernas se salían, no obstante, de la cama porque ésta era muy pequeña, como si fuera de un niño pequeño. En la habitación contigua había alguien. Ronquidos interminables que le eran familiares. Salió como pudo de aquella cama que parecía una cuna y descubrió con sus propios ojos que semejantes sonidos eran de su abuelo. Tal y como los recordaba, con el mismo ritmo que los hacía cuando él era pequeño.
De golpe se despertó algo confuso y volvía a estar tumbado en su cama. Decidió no pensar, no hablar. Y volvió a dormirse, sin más.
No más de tres minutos más tarde unos gritos le volvieron a despertar de nuevo. La luz estaba encendida y una chica joven y rubia estaba encima suyo. ¡Era Michelle, su primera novia! En su habitación púrpura, consumando su imberbe y frágil amor. ¿Quién no recuerda su primera vez? Es una hipocresía recordarlo afablemente, pues vendrán más y mejores. Pero ahí estaba ella sonriendo cariñosamente y acurrucada en sus brazos tras el rápido trajín.
De golpe, Michelle ya no estaba allí. Así que decidió levantarse e ir al baño y se miró en el espejo de su diminuto lavabo, algo sudoroso y exaltado. Y agotado. Volvió a tumbarse en la cama, con los brazos cruzados, sujetando su cabeza y pensando en todo lo ocurrido. Por hoy no quería más historias inverosímiles.
A la mañana siguiente, entre legañas y sin dar crédito a lo sucedido, volvió a adentrarse en los pasillos del metro, como cada mañana. De todas maneras fue un día especial, recordándola a ella y pensando en su querido abuelo, en su mejor maestro.
La noche siguiente fue también dura, se vió tumbado, mientras dormía, en una cama que fue piedra en algún tiempo, con la cabeza rapada y un rifle bajo el brazo derecho. Era la litera donde había pasado ocho largos meses de su vida haciendo el servicio militar. Habían más de cuarenta literas y todos dormían. Todos menos Tomás Paricio, su compañero de litera, un pajillero algo enfermizo que no soportaba estar lejos de su novia. De repente, un destello de luz invadió la sala y se despertó, inmóvil, al lado de su mujer. Había cambiado el rifle por su señora.
- Llevas dos noches muy malas, ¿sueñas?
- No, son sólo recuerdos del pasado.
Tras esa conversación, cerró los ojos y al abrirlos de nuevo se encontró en un lugar oscuro y con un intenso olor floral que invadía sus fosas nasales. La corbata le impedía respirar y yacía en una estrecha cama con sábanas blancas. El techo estaba tan cerca que podía ver que estaba acolchado y algo arrugado. Era un ataúd. Su ataúd. Todo se acabó en ese abrir y cerrar de ojos... no eran sólo recuerdos del pasado porque él ya no estaba allí. Descansó en paz.
Intenta estar siempre a la expectativa en tus vivencias porque la próxima vez que puedas vivirlas quizás sea demasiado tarde.
12.9.09
Vagones
Intercambiaron sus miradas en el preciso instante en que sus dos trenes se cruzaron en la estación de 's-Hertogenbosch. Dos rumbos opuestos, dos vidas tan parecidas y a la vez, tan distantes.
Ella dejó pasar los días apeada en su estación y por mucho que lo recordaba, nunca volvió a ver su sonrisa.
Ella dejó pasar los días apeada en su estación y por mucho que lo recordaba, nunca volvió a ver su sonrisa.
2.9.09
Ellos
Estaban en una de esas playas vírgenes en las que la suave brisa deja perplejos a tus sentidos, allí donde los peces nadan y juegan despreocupados entre las olas cristalinas que después de navegar durante lustros por la inmensidad del océano desembocan en un magnánimo sístole y diástole universal, refrescando por azar o por suerte a diminutos granitos de arena blanca y pura.
El era un jovencísimo chico con acento irlandés, había pasado la mayor parte de su vida en Dublín pese a que era originaria de otra gran isla, Australia. No era de extrañar pero, que emigrara al cumplir su mayoría de edad a un lugar donde las prohibiciones y tabúes se escriben en letras minúsculas, así, El siendo Julieta decidió ir al encuentro de su Romeo y dar un vuelco a su vida, haciendo realidad sus sentimientos. No se preocupaba nunca por lo que pudieran pensar los demás, porque ni siquiera lo conocían. Buscaba el placer, su propia satisfacción sin tropezar con recelos ni malversaciones mundanas. Estando en un atardecer de miércoles, tumbado, inhalando y saboreando la grandeza de la soledad en la orilla de la playa conoció a Tu, un hombre de aquí y de allá, un hombre de mundo. A su avanzada edad reconocía libremente ya desde hace muchos años su diversidad y aflicción por los dos sexos, menospreciaba insultos y hechos bizantinos, le gustaba tanto el mar como la montaña. Prácticamente no hablaron. Gestos insípidos, miradas frágiles y caricias gratuitas consumaron en placer detrás de unos matorrales. Aquella playa no era un lugar donde se practicaba el cruising, ni siquiera por aquél entonces se había inventado dicho término. Se daban y recibían tras los matorrales sin otra preocupación. Tu y El descubrieron algo nuevo, los inventores de la libertad, del desenfreno y de la exaltación en un lugar público.
Yo era una canaria de sangre ardiente y familia adinerada. Pasaron multitud de chicos por su cama, hombres que interesadamente ansiaban despertarse a su lado en cada amanecer. Sábanas sudadas de placer, orgasmos increíbles, cuerpos y músculos perfectos... Pero Yo no se conformaba con eso, quería partir y comenzar experiencias nuevas, huir de la cotidianidad y aburrimiento de Santa Cruz deTenerife, de cruzarse con las mismas caras a diario, de ser querida e incluso amada por los billetes que salían y entraban de su pequeño bolso. Y fue aquí, en la cala del Cap des Moro, siendo una turista más, donde días más tarde de su llegada a la isla conoció dejando a un lado dudas y sin miedo a Tu. Pronto le presentó a El y se hicieron más que amigos. La relación de Yo, Tu y El parecía funcionar, se llevaban bien en la cama y compaginaban las tareas del hogar, un pequeño apartamento en la Colònia de Sant Jordi.
Un día Tu pensó en Yo y le hizo saber su deseo. Su atrevido pensamiento era el de deshacerse de El y empezar de nuevo.
A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol se atrevieron a sobrepasar la persiana de la habitación, amaneció El en su cama con menos pelo, mirada perdida, varios arañazos en el abdomen y dos balazos en el hombro izquierdo. Y sangre esparcida por las sábanas, por el suelo, por su cuerpo...
Yo y Tu cogieron sus pocas pertenencias y se marcharon a otro lugar, cada uno por su camino.
La arena de cala del sudeste de la isla quedó desierta, esperando la multitud de bañistas del verano. Aquella bonita primavera ya se había acabado para todos.
El era un jovencísimo chico con acento irlandés, había pasado la mayor parte de su vida en Dublín pese a que era originaria de otra gran isla, Australia. No era de extrañar pero, que emigrara al cumplir su mayoría de edad a un lugar donde las prohibiciones y tabúes se escriben en letras minúsculas, así, El siendo Julieta decidió ir al encuentro de su Romeo y dar un vuelco a su vida, haciendo realidad sus sentimientos. No se preocupaba nunca por lo que pudieran pensar los demás, porque ni siquiera lo conocían. Buscaba el placer, su propia satisfacción sin tropezar con recelos ni malversaciones mundanas. Estando en un atardecer de miércoles, tumbado, inhalando y saboreando la grandeza de la soledad en la orilla de la playa conoció a Tu, un hombre de aquí y de allá, un hombre de mundo. A su avanzada edad reconocía libremente ya desde hace muchos años su diversidad y aflicción por los dos sexos, menospreciaba insultos y hechos bizantinos, le gustaba tanto el mar como la montaña. Prácticamente no hablaron. Gestos insípidos, miradas frágiles y caricias gratuitas consumaron en placer detrás de unos matorrales. Aquella playa no era un lugar donde se practicaba el cruising, ni siquiera por aquél entonces se había inventado dicho término. Se daban y recibían tras los matorrales sin otra preocupación. Tu y El descubrieron algo nuevo, los inventores de la libertad, del desenfreno y de la exaltación en un lugar público.
Yo era una canaria de sangre ardiente y familia adinerada. Pasaron multitud de chicos por su cama, hombres que interesadamente ansiaban despertarse a su lado en cada amanecer. Sábanas sudadas de placer, orgasmos increíbles, cuerpos y músculos perfectos... Pero Yo no se conformaba con eso, quería partir y comenzar experiencias nuevas, huir de la cotidianidad y aburrimiento de Santa Cruz deTenerife, de cruzarse con las mismas caras a diario, de ser querida e incluso amada por los billetes que salían y entraban de su pequeño bolso. Y fue aquí, en la cala del Cap des Moro, siendo una turista más, donde días más tarde de su llegada a la isla conoció dejando a un lado dudas y sin miedo a Tu. Pronto le presentó a El y se hicieron más que amigos. La relación de Yo, Tu y El parecía funcionar, se llevaban bien en la cama y compaginaban las tareas del hogar, un pequeño apartamento en la Colònia de Sant Jordi.
Un día Tu pensó en Yo y le hizo saber su deseo. Su atrevido pensamiento era el de deshacerse de El y empezar de nuevo.
A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol se atrevieron a sobrepasar la persiana de la habitación, amaneció El en su cama con menos pelo, mirada perdida, varios arañazos en el abdomen y dos balazos en el hombro izquierdo. Y sangre esparcida por las sábanas, por el suelo, por su cuerpo...
Yo y Tu cogieron sus pocas pertenencias y se marcharon a otro lugar, cada uno por su camino.
La arena de cala del sudeste de la isla quedó desierta, esperando la multitud de bañistas del verano. Aquella bonita primavera ya se había acabado para todos.
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