19.5.09

Un bar de mentiras

Escuchando a un hombre que se bebía un café me di cuenta de qué era lo que se crecía alrededor de mí: una bocanada de aire frío que no helaba pero que hacía encoger los huesos a cualquier ser humano poco astuto. Las gentes del lugar eran diferentes y lejanas: un hombre que jugaba a la tragaperra llevaba primero una larga coleta, hasta la cintura, pero luego desaparecía para volverle a crecer al instante; dos estetas con un cuaderno de arte se sentaban y se miraban los idénticos bigotes de pintor convencional de los años setenta; dos mujeres que parecían tener como oficio trabajos aún considerados indignos chismorreaban como cotorras; un tipo que escuchaba música sin calidad técnica los fines de semana precisamente se leía un libro bastante interesante; un padre y un hijo hablaban de cosas de familia; un hombre con traje azul y corbata incolora se sentaba frente a una muchacha invisible y, por último, una tipa, congelada por el céfiro que se aventuraba, escuchaba a aquel hombre que se bebía el segundo café del día.

La camarera en blanco y negro iba repartiendo cafés todo el tiempo, cientos de cafés que se le caían torpemente y cuyo líquido estaba empezando a inundar el bar. El líquido marrón, del color del barro, y la azúcar blanca estaban llenando las paredes del lugar, subiendo por estas como si se tratara de un mar que de tanto salpicar las rocas se ha descontrolado. Y todos siguieron con su papel, con su rol social de un mediodía cualquiera en un miércoles más.

Y resulta que el hálito que terminó con el mundo le trajo un carboncillo a la muchacha, pero no os lo ha querido dibujar. Lo escribió.

2 comentarios:

  1. Raro, arcano, irresoluto (¿Y por qué las cosas siempre deben acabar?) quizá por eso me gusta. No sé quién eres Mei, pero también visitaré tu página.
    Diógenes

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  2. elotromarc13/6/09 01:46

    A mí sí me parece que lo que importa está resuelto. Suerte que pudo escribir un fragmento de ese mundo mágico y bizarro para que supiéramos de él!

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